Bruno Bivort Urrutia Investigador del Centro de Estudios de Ñuble UBB
El desarrollo de las Sociedades complejas durante el siglo XX hizo poco factible el ejercicio de la democracia directa. La democracia representativa se posicionó como alternativa posible, extendiéndose por occidente un modelo en que los representantes electos tomas decisiones a nombre de toda la ciudadanía. Sin embargo, en la última década, un constante distanciamiento entre representantes y representados a conducido a una crisis de confianza y legitimidad hacia los representes provocando una mayoritaria y creciente desafección hacia instituciones políticas tradicionales en el marco de La democracia representativa.
Porcentajes altos de abstención en los procesos eleccionarios, gobiernos cuya desaprobación supera los niveles de aprobación en casi la totalidad de su mandato, parlamentos que aprueban leyes en contra del interés de sus ciudadanos y protegen a las grandes corporaciones, escándalos de corrupción saturan las portadas, y que luego caen en el olvido ante el surgimiento de otros casos más llamativos, parece ser la tónica en gran parte de nuestro continente.
Este contexto ha propiciado el triunfo de gobiernos de derecha radical en el continente, que han alterado el ya extendido descontento y puesto en cuestión el marco democrático, haciendo urgente la búsqueda de soluciones que conduzcan a consolidar y preservar la democracia en la región. La pregunta inevitable es: ¿Qué cambios son necesarios para que la democracia sea más participativa y que la ciudadanía sea más activa?
La profundización de la democracia surge como alternativa para fortalecer nuestras instituciones democráticas, haciendo necesaria la instauración de mecanismos simplificados para convocar e implementar referéndums de iniciativa compartida que hagan más accesibles y efectivas la participación en asuntos de interés común. El fortalecimiento de la ciudadanía política puede incidir positivamente en la consolidación de la democracia, porque permite mayor conocimiento político, desarrolla habilidades cívicas, fortalece el compromiso con lo público, y contribuye a legitimar las decisiones de los gobernantes.
Debemos generar las condiciones necesarias para maximizar la democracia, más allá de participar en elecciones o en espacios que diversas instituciones abren a la participación. Se hace necesario impulsar un gran cambio cultura, que asegure el respeto de la voluntad y las preferencias de la mayoría de los votantes, aprovechando que el desarrollo de las tecnologías, el voto electrónico y el acceso masivo a dispositivos informáticos posibilitan formas de participación que hace pocas décadas no eran más que una utopía.
La gestión del cambio cultural sin embargo es lenta y compleja, en una sociedad donde el conocimiento se encuentra inequitativamente distribuido y donde el sistema educativo y los medios de comunicación tienden a reproducir un sistema en el que el interés económico se privilegia por sobre el interés social, y donde el bienestar individual prevalece sobre el bienestar colectivo.
La esperanza permanece en el establecimiento de redes comprometidas con la defensa y promoción de los interés y derechos ciudadanos, ya sean en forma de colectivos políticos o movimiento sociales. Es allí donde se aprenden las habilidades cívicas, se desarrollan debates de interés público y se planifican acciones políticas masivas; haciendo que estas redes sean verdaderas escuelas de demoraría
Fuente: Diario el Sur