Soledad Martínez Labrín Investigadora del Centro de Estudios de Ñuble UBB.
Preferir conmemorar a celebrar no tiene un ánimo victimizador, ni tampoco pesimista. Al contrario, los movimientos feministas han logrado mucho y muy rápido. Es más bien por un asunto de conciencia. En primer lugar, porque sabemos que muchas mujeres murieron y sufrieron para conseguir lo que ahora tenemos como género. La historia del día internacional de las mujeres trabajadoras surge a partir de la suma de muchos hitos dentro de los cuales están diversas movilizaciones de mujeres trabajadoras, para conseguir mejores condiciones de trabajo, luego mayor participación, y finalmente, sufragio. Surge, también, como demanda de mujeres socialistas, para recordar a sus compañeras mujeres muertas en condiciones de trabajo deplorables.
Así, el año 1975 la ONU instaura el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer.
En segundo lugar, nos cuesta celebrar, cuando vemos la urgencia de lo que aun hoy nos falta en materia de derechos humanos para las mujeres. En efecto, las cifras de feminicidio a nivel mundial son alarmantemente altas, y la violencia de género en sus diversas manifestaciones sigue existiendo y se encuentra muy naturalizada. Aun las mujeres, sobre todo las jóvenes, deben soportar comentarios no solicitados sobre su apariencia y sexualidad en nuestras calles, en el transporte público o en la TV. A nivel mundial, aun se viven dejaciones contra los derechos sexuales y reproductivos de niñas y jóvenes, como mutilaciones, matrimonios forzados, esclavitud y tráfico de personas.
Global y localmente existen grandes brechas laborales entre hombres y mujeres en cuanto al salario, la toma de decisiones, a la forma de segregación “horizontal y vertical”. Aún existe violencia simbólica y lingüística en diversos niveles. Reconocemos grandes diferencias laborales como diferencias en el prestigio, los salarios, el tipo y cantidad de trabajo. Aun no es reconocimiento de las complejidades de conciliación trabajo-familia, en la que aun las mujeres son el centro crítico.
En Latinoamérica, vemos con preocupación que existen fuertes retrocesos en materia de participación política de las mujeres, quienes se encuentra muy sub representadas en los diversos ámbitos de la vida pública. De hecho, desde el retorno a la democracia, nuestro país nunca ha subido del 27% de participación política de mujeres en el parlamento.
Particularmente en Chile, los debates sobre la jubilación de las mujeres son economicistas, argumentando que la desigualdad de ingresos se corrige haciendo que las mujeres trabajemos más tiempo y no reconociendo la gran cantidad de trabajo no asalariado que las mujeres realizamos, la denominada economía de los cuidados.
La ubicuidad de las desigualdades de género y su carácter global, que se reproduce a escala local hacen una materia de suma urgencia para el conjunto de nuestro país. Conmemorar es hacer memoria en comunidad, y la memoria puede ser resinificada en el momento en que la hacemos. Por todo ello, el 8 de marzo es una fecha conmemorativa. Una oportunidad de reflexión sobre el mundo que hemos construido y el mundo que queremos para las niñas y niños de hoy y del futuro.
Fuente: Diario la Discusión